La escasez del tiempo o dormir una vez a la semana

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Columna por Juan Carlos Gallegos

 

Hace dos semanas apareció el primer número de esta columna. Hasta ese momento aún no había elegido la siguiente idea para abordarla y desarrollarla por escrito. Decidirse por el tiempo, tan necesario para la literatura, para leer y escribir, y a pesar de esto, escaso, se debió a lo que experimenté con el proceso de creación de este texto: le di comienzo cuando, de los quince días que tenía para tal labor, ya sólo quedaban unas cuantas decenas de horas para redactar estas primeras líneas. ¿Por qué? Por estar inmerso en otras ocupaciones. No es la primera vez. En anteriores ocasiones otros textos (me refiero a los de carácter literario: narraciones breves, cuentos, minificciones) han tenido que esperar su turno ante otras actividades, como el trabajo, los estudios, las tareas cotidianas, los imprevistos, los compromisos personales, el descanso, a todo lo cual deben agregarse los trayectos de un lado a otro en la ciudad, consumidores de minutos que se acumulan y acumulan…

El problema queda planteado en una pregunta: ¿de dónde sacar tiempo para escribir? Antes de pensar una respuesta cabe cuestionarse ¿de verdad es complicado hacerse de unas horas para escribir? ¿Cómo decir que, desde mi experiencia sí lo ha sido, pues esas otras actividades mencionadas líneas arriba han demandado atención y han consumido y consumen buena parte de la semana? ¿Cómo dar a entender que a veces los momentos libres se tienen lejos de los libros, de las páginas en blanco, de los utensilios de escritura que van del lápiz a la computadora, de un sitio tranquilo donde escribir o siquiera leer? ¿Cómo decir que con frecuencia las horas nocturnas están repletas de cansancio, que los fines de semana muchas veces se utilizan para resolver lo que no se resolvió en la semana, o para preparar el terreno para la próxima, que ya está por empezar? ¿Cómo presentar la idea de que no sólo se trata de que quien desea escribir ha de tener disponible algo de tiempo, sino que además ese tiempo no debe ser el sobrante fragmentado, incómodo, fugaz, trasnochado y exhausto que dejan las otras actividades que florecen en la tierra fértil de los días?

Algún autor célebre comentó en un libro suyo, en el cual da consejos a aquellos que anhelan dedicarse a escribir, que a esta actividad debiera manejársele como si de dormir se tratara: reservarle un horario y un lugar específicos, pues sólo de esa forma podría adquirirse la disciplina necesaria que se requiere para poder llevar a cabo el oficio de la escritura. Recuerdo tal recomendación y luego los comentarios de otras personas, de amigos que escriben, que ya han publicado, y veo el alto contraste entre lo dicho por aquel autor y lo que viven quienes conozco. Y de nuevo, ¿cómo decir que sus experiencias de escritura no se caracterizan por la constancia, no porque ellos así lo deseen, sino porque tienen que dedicar sus energías a los tantos otros aspectos de sus vidas? ¿Cómo mencionar que son el horario laboral, los hijos, los mismos quehaceres domésticos, en muchos de los casos, los que les impiden ya no escribir, sino leer, con mayor frecuencia de la que desearan? ¿Cómo dar a entender que esos impedimentos no son “cualquier cosa”, que no pueden abandonarse así como así, que tienen mayor prioridad que las actividades relacionadas con la literatura?

No sé qué tan clara quede la idea. Encontrar tiempo para escribir, incluso para leer, se torna un problema. No es fácil obtenerlo. Luego también es cierto que las ideas para escribir pueden presentarse en cualquier momento del día, y que la rutina está ahí muy presta a impedir que tales ideas fructifiquen, como si se tratara de los planos de una casa en la cual no hay espacio para una habitación dedicada a los libros. Se va de un lado a otro de la ciudad y es ahí, en el transporte, en el tren ligero, en donde sin una pluma ni papel se ocurre alguna idea. Es noche de sábado, la casi única en que es posible desvelarse sin problema al día siguiente, y en vez de intentar la hechura de un cuento, una película vestida de disco llama seductora, unos metros más allá, y dice que será mejor compañía para las horas nocturnas que la agreste página en blanco. Se concibe en algún momento del año el deseo que evoluciona a plan de escribir un libro, un conjunto de textos, material con el cual entrar a un concurso que está a bastantes meses de distancia, y luego de unos primeros días animosos que generan cuartillas, las otras actividades están ahí, listas para en su conjunción crear el primer día en que, en cambio, no se aporte un poco a ese proyecto, y a ese día siguen otros iguales, y son más, cada vez más.

Es difícil encontrar el tiempo para escribir, pero hay que creárselo, o saber encontrarlo. Así es como en el tren o en otro transporte se ocurren ideas y se apuntan en el celular, y en algunos casos, la historia entera, que bien puede ser una brevísima minificción. De ese modo también es cómo, si se puede, se van creando las estructuras de textos de mayor extensión, y mientras se espera en el tráfico ya se sabe cuál será el inicio del cuento y qué ocurrirá después. La película que se ve el sábado por la noche ofrece ideas para escribir algo más adelante. Y por ahí hay quienes, al menos una noche a la semana, se desvelan escribiendo lo que tal vez sea una novela. Las actividades cotidianas pueden ser tercas, quitan tiempo para escribir, pero esto debe superarse de la misma forma, y quien sea un poco más terco que su rutina podrá encontrar el tiempo en los pequeños resquicios o, por hacer referencia al consejo de aquel célebre autor, dormir aunque sea una vez a la semana. Fue a partir de la terquedad (o algún derivado de la misma) que el texto de esta columna fue hecho.