Crónica de un borracho sin destinatario // Pregúntale al Polvo
“¡Ah qué muchacho! Chava Flores
Francisco es alcohólico y obsesivo compulsivo. La razón de su delirio tiene nombre de detergente: Rosita. Cuando Francisco comenzó a beber en exceso, Salinas de Gortari acababa de dejar la silla presidencial. Ya se imaginará, estimado lector, la cantidad de botellas de alcohol que nuestro personaje ha bebido.
Colonia La Calma, Zapopan, Jalisco. 16:25 pm Lo más fácil fue comenzar a beber –comenta Francisco-, lo más difícil, durante mucho tiempo, ha sido despertar. Ahora lo único que me cuesta trabajo es empedarme y vaya que lo hago bien y de buenas. La casa de Francisco luce más limpia que alma de niño después de su primera comunión. El departamento lo ocupan unas cuantas sillas, dos sillones más viejos que un corrido de la revolución, un tocadiscos –sí, un tocadiscos-, una cocina tan pequeña que es incómoda de ver, un refrigerador, dos cuartos, pulcritud por todos lados y, por supuesto, el suministro necesario: güisqui, tequila, algo de ron blanco y tabaco para forjar. Nuestro personaje es, sin duda y como él afirma, ‘un borracho con clase’. Jamás ha pedido ayuda a gente que trata con alcohólicos, argumenta que no lo necesita. ‘Si nosotros, los alcohólicos, les importáramos de verdad, nos dejarían beber tranquilos’. Francisco bebe hasta olvidarse de sí mismo y no recuerda cuándo fue la última vez que vio a Rosita, su mujer. La mujer con nombre de detergente que lo abandonó y se fue con Armando, primo de Francisco, hijo del hermano de su mamá.
¿Qué es ser un borracho empedernido? En la medida de lo posible, estimado lector, detenga sus actividades, sírvase un güisqui y lea esta parte en voz alta: Francisco fue fanático de Julio Cortázar hasta antes de su matrimonio con Rosita. Es contador público que trabaja en la oficina de correos archivando cartas sin destinatario. Mi trabajo es sencillo –dice Francisco-, me encargo de dividir por fechas las cartas, sobres y paquetes que van dirigidos a nadie, o sea que tienen un destino pero no un destinatario. Esas son las que se entregan al último por políticas de la oficina. La mirada de Francisco es dura, casi como cualquier rutina, sin embargo toda acción tiene su reacción. Lo más divertido de mi trabajo es justo antes de llegar a casa. Siempre me pongo nervioso antes de abrir la puerta. Sonríe y me ofrece otro vaso de güisqui. Ser un borracho con clase no es lo mismo que ser un borracho empedernido –afirma Francisco-, ser un borracho empedernido es tener un destinatario y no un destino, en cambio ser un borracho con clase es conocer el destino pero ya casi no acordarte del destinatario, y yo ya casi no me acuerdo de Rosita.
¿Por qué tengo que limpiarme la suela de los zapatos con cloro antes de entrar? Una de las cosas que más disfruto de la ‘peda’ es beber hasta no saber de mí. Perder completamente el conocimiento y despertar tirado en algún lugar de la casa, a veces despierto en el sillón pero casi siempre despierto en el suelo, a lado de mi cama. La torre de departamentos donde vive Francisco es de color mostaza, su departamento está en planta baja. Para entrar hay que limpiarse la suela de los zapatos con tantito cloro que Francisco echa al piso. Las visitas brincan sobre el cloro que está en el cemento roto y quemado por los químicos del líquido. Una vez limpiadas las suelas se secan en un tapete negro que Francisco cambia cada semana. Es mejor cambiar el tapete cada semana pa’seguir estrenando –asegura nuestro personaje-, aquí el negocio es mantener limpia la casa, sino pierdo. —Pero ¿qué pierdes?—pregunto, ansioso.
Entonces ¿qué tipo de borracho perdió la dignidad? Acaso ¿el borracho empedernido es quien no tiene remedio, mientras que el borracho con clase puede salvar la dignidad y perder la consciencia? El único librero en el departamento de Francisco está limpio, los vidrios están limpios, las cortinas blancas brillan como brillaron aquellas palomas blancas que soltó aquel papa Francisco, su tocayo, en el Vaticano; se percibe un olor a pinol y a güisqui, el espejo del baño está viejo pero limpio, igual que Francisco: viejo pero limpio. A mis 44 años no encuentro una razón para salir de la rutina, muchacho. Bebo entre semana y descanso los domingos. Es que me tengo que ayudar de alguna forma pa’curar las penas, muchacho, desde hace varios años que sigo en las mismas y no pienso moverme de aquí. Como te digo, ya casi no me acuerdo de Rosita y pa’lo que vivo es pa’mi chamba, no te miento, me gusta. Además las muchachas nuevas que llegan a la oficina cada vez están mejor. –asegura Francisco mientras se sirve otro vaso de güisqui. Francisco es alcohólico y obsesivo compulsivo. Francisco es elegante, durante el día no se despeina. Rosita lo dejó por su primo hermano, y desde entonces bebe, limpia y acomoda cartas sin destinatario en la oficina de correos al sur de la ciudad. Dice que tiene un hijo con Rosita; Francisco escucha a diario al piporro y a Ramón Ayala. Su cantina favorita es ‘La Alemana’, sobre avenida Alcalde, en Guadalajara. Mi hermana, la menor, me invitó a Navolato pa’que conozca a mi sobrino. Lleva dos años intentando llevarme pa’llá. Pero como te decía, muchacho, a mis 44 años no encuentro una razón pa’salir de la rutina.
Colonia La Calma, Zapopan, Jalisco. 20:34 pm Francisco y yo estrechamos las manos y salimos juntos del departamento. Caminamos sobre el empedrado del estacionamiento y nos despedimos. Enciendo el carro y noto, a lo lejos, en la entrada de su departamento a nuestro personaje, Francisco, el borracho, tirando un poco de cloro al suelo -roto y quemado por los químicos del líquido- para limpiarse la suela de los zapatos.
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