Ajayu // Pregúntale al Polvo
I
Ella bebía Cruz de Malta en su matera de calabaza. Lo apiñonado de su piel combinaba con la intensidad del verano en aquella ciudad boliviana. Yo leía la poesía de Adela Zamudio, ella miraba a la calle. Ambos sentados en la misma mesa en el Café París.
—¿Te cuento un secreto?—comentó ella. —Dime—respondí. —No conozco el mar. —¿No? —No.
Ella suspiró. La mano en su barbilla denotaba cierta perspicacia anacrónica y cierta duda. Comencé a leer en voz alta un libro de pasta verde mientras ellas daba sorbos a su matera de calabaza: “¿Sabes qué es lo más hermoso de aquí? Mira: nosotros caminamos, dejamos todas esas huellas sobre la arena, y ahí se quedan, precisas, ordenadas. Pero mañana, cuando te levantes, al mirar esta enorme playa no habrá ya nada, ni una huella, ni una señal cualquiera, nada. El mar borra por la noche. La marea esconde. Es como si no hubiera pasado nunca nadie. Es como si no hubiéramos existido nunca. Si hay un lugar en el mundo en el que puedes pensar que no eres nada, ese lugar está aquí. Ya no es tierra, todavía no es mar. No es vida falsa, no es vida verdadera. Es tiempo…[1]” Ella me interrumpió… —En el horizonte se dibuja una línea eterna. El agua es el espejo del cielo. La espuma del mar son las nubes hechas arena. A veces sopla el viento, a veces no. El sereno se convirtió en la brisa cuando encontró su hogar. El atardecer vibra y canta. La noche es fuego y vida. ‘El mar despierta el pensamiento hasta en el cerebro más enredado’. —agregó. Cuando Janick conoció el mar, la inmensidad del océano se coló por sus ojos haciéndolos implotar en una sonrisa. Aquel primer día de su vida yo lo recordaré como aquel escritor que recuerda un abrazo de su madre.
[1] Fragmento de la novela ‘Océano mar’ de Alessandro Baricco.’ |