Acapulco disco tropical Vol. 4 // Crónica: El humo rojo
Crónica: El humo rojo
Fotografías de Daniel Acosta
–Primero que nada, tienes que darle respeto –me dijo Marco, el capitán, pero ya todo era de color rojo.
Hablaba sobre el mezcal –el espadín– que llevábamos ya bebiendo más de los minutos necesarios que requiere una degustación. En cada beso de alcohol buscábamos las palabras de Marco: el sabor a tierra de Jalisco, el jugo de toronja y el jugo de naranja, la textura espinada, picante y abrasante del chile en polvo escarchado, la rodaja cítrica, el sabor a pecado del no todo el mundo sabe cómo beberlo. Al final, ya todo era de color rojo: las luces, los ojos, los labios, las palabras, el humo. Es el quince de septiembre del año dos mil catorce, aniversario número doscientos cuatro de la independencia mexicana y nada –en tantos años de batallas individuales y sociales– ha cambiado: ser rico sigue predominando la idea de la nobleza, los que robaron se fueron y los que robarán están llegando, el progreso todavía no aterriza de las promesas al suelo fértil y los que estamos, seguimos buscando momentos de belleza y de vida. Debajo de la tierra, el lema es bon vivant: debajo de la tierra se vive la buena vida. Flotilla, colectivo de los sentidos, gestiona tres pecados: cocina, música y arte. Fabián, el chavo de barrio, y Federico, el chavo argentino, están en las entrañas del Kin Kín, dándole lenguaje a tantos ingredientes y sabores, para que nuestro gusto haga labor de traducción e interpretación: Fabián abre el susurro con ceviche de róbalo, chinchayote y tomatillo verde; luego poetiza con una verdolaga en mole con tuétano y un poco de elote. Federico grita preciso y artístico, con tostadas de provolone con kale; luego erotiza con tártara de rib eye. Nosotros: vida. Pequeñas, pero íntimas porciones: “la palabra botana sólo existe en este país”, dice Leyre, con acento extranjero, pero mirada de tierra azteca. En el aire hay humo. Humo que conduce la música. Humo que al arte da vida. Colgados, bajo dos arcos de ladrillos y entre luces rojas, están dos gobelinos. Se tratan de mandalas hechos con armas, tejidos, indefensos, expresivos. Colgadas, aquí, las armas, a doscientos cuatro años, entre humo, entre luces rojas, del color de la sangre y el celaje. Es arte y es nuestra verdad; es arte y es impotencia; es arte y es reflexión; es arte y somos nosotros. Y el humo conduce la música: el carbón sonoro de los vinilos, las letras cálidas, excitantes y seductoras de las cumbias y los ritmos latinos; las síncopas ardientes. Nuestras manos sudan al cerrar los ojos y observar, con detenimiento, el sonido. Las armonías que elevan, o acaso nos hunden más en el pecado y lo bello que es vivir, el día de hoy, la belleza y la buena vida. El ambiente es cálido, y nosotros, somos libres, de color rojo, como el humo que nos une; como el mezcal que nos consume.
A saber Flotilla es un colectivo dedicado a la gestión de ocasiones especiales, que combinan tres básicos placeres: la gastronomía, la música y el arte. Sus integrantes son María Álvarez del Castillo, Javier Rodríguez y Leyre Marañón. Esta crónica se refiere a la cuarta edición de sus eventos de buena vida, realizada en el club de noche llamado Kin Kín, espacio que ayudaron a concebir también algunos miembros del colectivo. En la parte de gastronomía estuvieron compartiendo cocina los chefs Fabián Delgado y Federico Gallo. La música estuvo a cargo de Telesforo, El Mortal y Modulaire. El arte –los gobelinos– fueron llevados al evento gracias al apoyo de Arena México, y son autoría del artista plástico Artemio. Flotilla busca generar experiencias sin protocolos formales, para que las personas tengan acceso a estos placeres de una manera libre para la experimentación y el gusto. |