Vinyl Fest Vol. 3 // Fotoreportaje pt. 1
Ah, ¿recuerdas aquellos días en los que llegabas de la escuela luego de un arduo día de estudios y no deseabas otra cosa que sacar tu copia en vinyl de “Wish You Were Here”, ajustarlo a la consola y pasar una tarde inigualable sólo tú, tu porro y tu tocadiscos?, ¿no? Bueno, nosotros tampoco. Siendo honestos, para la mayoría de las personas nacidas del 85 en adelante probablemente el recuerdo más arcaico de reproducción sonora sea el cassette o incluso el CD. El objeto íntegro, mágico y arcaico conocido como “vinyl” o como “disco de acetato” es una de esas claras muestras de la memoria colectiva. Un ente que a pesar de su reciente resurgimiento —víctima de esta nueva tendencia de desenterrar y revalorizar los elementos nostálgicos de una era pasada—, no ha dejado de tener una mística y una vibra entrañable entre todos aquellos amantes de la música. La nueva oleada de tecnologías ha segregado al objeto de colección que representaba el consumo de música en formato físico. Hoy en día es comparable el coleccionista de CD’s al coleccionista de discos en vinyl, muy para la sorpresa de estos últimos, ya que hasta hace unos pocos años, aquellos que disfrutábamos comprar el material en el primer formato mencionado, eramos pues, la media y el tipo de melómano más común. No es hasta hace menos de un lustro cuando plataformas como iTunes, Spotify y el todo poderoso YouTube nos permitieron (¿?) deshacernos poco a poco de aquel objeto poco práctico, sumamente frágil y rayable. Este paso dado con impresionante velocidad volvió arcaica toda forma de colección de música que no pueda ser recolectada en un disco duro o una memoria USB. Es por esto que, aún más bajo del subsuelo en el que nos encontramos, las personas que todavía tenemos la osadía y la insensatez de ir a comprar el último CD de Sonata Arctica o aquella colección de Javier Solís al 3×100 somos vistos con ojos incrédulos por esa raza todavía aún más rara: el coleccionista de vinyl, y lo curioso aquí es que la navaja de Ockham se revierte, pues vemos que ahora, por contrario de lo que dictaría la lógica, su condición de marginalidad es ahora una tendencia, y bendito sea Orfeo, ahora hasta tienen su propio festival de coleccionistas. Es dentro de este marco de excepcional vórtice espacio-temporal en el que surge el Vinyl Fest, por allá en el antiguo año de 2013, por iniciativa de Andy Dábula, Hector Castro Aranda, Berenice Einung e Ivan García, quienes charlando convienen en que es hora y menester juntar fuerzas para traer un evento que reúna a vendedores, coleccionistas, amantes e integrantes varios de la cultura tapatía del vinyl. Así, tras una extenuante labor de reconciliaciones y alianzas entre todas estas personas, surge la primera de tres ediciones hasta ahora. Uno de los objetos primordiales de tan peculiar tarea era darle un marco fresco y vigente al festival. Sin miramientos de ninguna clase, el proyecto ha ido creciendo hasta posicionarse hoy en día como una de las labores arqueológicas de cultura moderna más interesantes de la escena. La figura central e invitado de honor ha resultado ser un huésped de lo más versátil, pues este objeto, al estar cargado de tantas emociones y recuerdos por cientos y cientos de personas, se vuelve en sí mismo un elemento de culto para nuestra sociedad. Un puente que vincula generaciones y épocas como ningún otro. Así, y con su estatus de leyendas vivas, esta tercera edición del festival ha rendido homenaje a una de las figuras clave no sólo para el rock tapatío, sino para toda la escena mexicana. Hablamos, por supuesto, de los inmortales Toncho Pilatos, figuras que junto con Los Spiders y La Revolución de Emiliano Zapata, establecieron a Guadalajara como la capital del rock mexicano en los años setenta. Y así, con esta dupla inseparable de rock y disco de acetato, se ha contribuido de manera inigualable al objeto disco, al menos en la contracultura tapatía de los primeros movimientos contestatarios de la segunda mitad del siglo XX…
Fotografía por Halejandro Cortes |