A propósito de revoluciones y muralismo

“A propósito de revoluciones y muralismo…”
Miedo y asco en la Tierra Media
Columna por Axel Amaya
Guadalajara, Mx.

 

orozco el pueblo

 

                                                                                                                   ‘El pueblo y sus falsos líderes’ de José Clemente Orozco

 

Resulta curioso el peso de las estructuras visuales con las que se nutrió el muralismo mexicano de la época post-revolucionaria, fruto paradójico de un tiempo en el que las artes visuales tradicionales quedaron rezagadas por la literatura y la fotografía. La importancia política de los murales parecía concordar con aquella vaga idea que se tenía de que la revolución había sido para cambiar. Pero aún más curioso resultan las similitudes que se pueden encontrar entre esta época y el periodo creativo de Don Porfirio que se vivió en el último decenio de su dictadura.

Como un fiel recuerdo del no-cambio, de la sedición política y la permanencia del poder absolutista, las obras inconclusas, confusas en su naturaleza y con un afrancesamiento dulzón y apastelado salpicaron a la nación durante los primeros 40 años del siglo XX, desde el Palacio de Bellas Artes hasta el inconcluso Palacio Legislativo -que más tarde sería el monumento a la revolución.

Y así como la Ciudad de México tuvo sus ejemplos de caprichos e incoherencias discursivas, la mucho más pequeña Guadalajara no se salvó de aquella fiebre pueríl de trastocar y tergiversar los mensajes claramente planteados por los grandes caudillos (¿?). El actual edificio antiguo de la Universidad de Guadalajara, que otrora planeaba ser -también- Palacio Legislativo, y otrora escuela primarIa, es uno de los más importantes ejemplos en donde vemos las cicatrices en forma de pigmento que Orozco infligió sin Clemencia a edificios gubernamentales en todo el estado. Ahí dentro, y junto con las piezas del Palacio de Gobierno, se encuentra parte de la obra más importante del artista jalisciense; lo caprichoso reside en los temas elegidos.

En un estado en donde el cura Hidalgo fue ex-comulgado, casi al mismo tiempo que autoproclamado “alteza serenísima” -quizás una situación como el efecto de la otra, no estando muy claro cual de cual- uno de los principales retratos que ilustran nuestros libros de texto primarios se encuentra a pocos metros del lugar en donde se declaró a este individuo “persona non grata”, y que a propósito de incoherencias -más aún- una de las dos obras que también residen en el palacio educativo de Av. Juarez esq. Enrique Díaz de León curiosamente pinta una insurgencia en contra de los tiranos y opresores del pueblo, escena que no sería rara en lo absoluto dentro un edificio post-revolucionario que en un segundo principio planeaba ser jaula de diputados -al parecer, encargado por Manuel M. Diéguez- de no ser porque los susodichos capataces no parecen reprimir con el “orden y progreso” porfirista, sino con documentos, líderes sindicales, y muy por detrás, con caudillos enfierrados, a la Carranza de las circunstancias.

Orozco no parece recriminarles en la cara la traición a la causa, la ambición y el hambre de poder: se los escupe. Lo cual hubiera sido objeto de muchos más aplausos y abucheos si el pintor no se hubiera encontrado a sí mismo dentro de la nómina gubernamental, en donde no sólo figuraba su nombre como el de cualquier otro empleado, sino que figuraba en letra pequeña, de las mismas proporciones que su salario. El muralismo fue un movimiento fallido, porque a pesar de todos los muchos aciertos y el gran número de obra de valor realmente incalculable, sus objetivos se vieron mermados por las mismas instituciones que aparentemente lo protegía y servía de mecenas. Si el objetivo de los muralistas no era solamente retratar al pueblo, si no educarlo y cultivarlo, hicieron muy mal su trabajo al elegir edificios a los que, si este tipo de personas que precisaban -y precisan- una exposición a la educación y a la cultura, ingresaban por una fatalidad del destino, solo sería para ser echados a patadas a placer del mismo ánimo con el que fueron “defendidos sus derechos” años atrás.

A pesar de esto, dudosamente se le puede achacar algo de culpa a Orozco, a Rivera, a Montenegro o a cualquier otro miembro de este cotizadísimo club. A fin de cuentas el arte no es una actividad que exima de las necesidades fisiológicas y humanas, pero si planeamos abordar el tema del muralismo a través del mismo ojo crítico-objetivo con el que juzgamos los movimientos armados que retratan una y otra vez en sus paredes, considero sensato aseverar que, valiosa como lo es la pintura de nuestros bienamados pintores del infante siglo XX, también es sensato juzgar los impulsos, motivaciones y sobre todo los fondos de aquellas hermosas y trágicas escenas que adornan los edificios en los que hoy en día se fabrican las leyes y las normas bajo las cuales nuestra vida fluye y se desenvuelve, para bien… o para mal.