Las buenas intenciones // Instituto Cultural Cabañas
Exposición
Fotografía por Daniel Acosta
Nuestra Guadalajara alberga un sin fin de manifestaciones artísticas con un mercado que deriva en circuitos que a veces se abren a diversos públicos, mientras que en otras ocasiones se mantienen celosos, cerrados a un círculo de gente “conocedora”, a aquellos que han dedicado su estudio y tiempo a las posibilidades que el arte ofrece para la concepción y apreciación de una obra. En una sociedad y un tiempo que ha resultado en la consagración de aquel que se denomina artista y observando lo que hoy en día trasciende como arte en el rubro de la “alta cultura”, de pronto se vuelve a dar voz a preguntas que se susurran en medio de la vertiginosa contemporaneidad, y es entonces cuando se pueden retomar algunas incógnitas que sin duda le conciernen a todos: ¿acaso se ha olvidado el acto de creación como un impulso consecuente de la existencia del hombre? ¿qué no es aquel hervor inevitable que corre a través de las venas el que ha movido a muchos hacia el acto de hacer sin ninguna otra intención mas que la concepción misma de crear? y esto deriva, claro, en otros cuestionamientos como: ¿La posibilidad de hacer arte solo se limita a un cierto tipo de personas? ¿De dónde surge y quién dice cuando algo es arte y cuando no?. Esta y otras preguntas son algunos de los argumentos que se pueden leer entre líneas al momento de visitar la exposición de “Las buenas intenciones” la cual encuentra casa en el Instituto Cultural Cabañas desde el mes de agosto y hasta mediados de noviembre del presente año. “Las buenas intenciones” es una exposición que reúne las creaciones de 12 personas absolutamente diferentes y desconocidas entre sí -entre las que se encuentra una repostera, un presidiario, un esquizofrénico, un joven, un artesano y un indigente- las cuales se ven unidas por un solo argumento discursivo: ninguno de ellos tiene intención de ser artista, la intención de crear surge en ellos por el simple impulso de hacerlo. Esta exposición es la consecuencia de una serie de encuentros incidentales que se presentaron a lo largo de 7 años que ocuparon el andar del curador Carlos Ashida quien se encargó de reunir la historia de estas personas a través de sus creaciones y objetos, siendo él el observador externo que se vuelve de pronto partícipe de las intenciones de estos sujetos quienes imprimen belleza a través de sus actividades cotidianas, encontrando así una manera de llevar sus días. Por los pasillos de esta exposición te toparás con las fotografías de los pasteles que elaboraba Marithé de Alvarado, los huacales decorados de Manuel Sumano, los dibujos de Miguel Ángel Estévez, los “papeles de China” con los que Jesús “Chucho” Reyes envolvía las antiguallas que vendía y las flores que salieron de la pluma del velador Julián Sánchez, entre muchos más objetos e historias. La idea de realizar este trabajo surge a partir de una preocupación que lo tiene un poco alarmado -según nos comenta en una entrevista que concedió para Amapola Cultura- pues le parece que el mercado está teniendo un efecto deformante en el medio de las artes y a pesar de que este hecho se ha visto presente a lo largo de la historia él decidió recordarle a las personas la existencia de aquel impulso elemental que se puede encontrar en todos, pues le parece una forma pertinente de realizar una llamada de atención y provocar reflexión. Movido por un libro de Kant que habla de lo bello y lo sublime visto desde la experiencia humana, él encontró mucho en la historia de estos personajes y es así como se montó esta exposición, con el fin de mostrar las aproximaciones que suceden de manera natural en el mundo cotidiano hacia a lo bello, vistos desde contextos que en muchos casos pueden parecer de absoluta adversidad. A partir de todas estas obras se logra ilustrar el proceso que el hombre llega a realizar al momento de enfrentarse a una realidad aplastante y aún así encontrar la forma de imprimir en ella la belleza y el regocijo. |