Por Beatricia Braque.
Y si quizá fuera cierto que te di mi vida y todo cuanto poseía y tú solo lo usaste para comprar licor adulterado y cigarros sin filtro en tiendas de conveniencia. Y encima de eso le decías al encargado que se quedara con el cambio. Que te estacionabas a propósito en el lugar de discapacitados y caminabas hacia tu carro ebria de asombro sabiendo de antemano que llegaría una grúa inexistente a reprender tu inconsciencia sabiendo que yo te esperaría en un estado inconveniente y que al no verte lloraría de alegría como tantas veces, tomaría y conversaría con tu recuerdo opaco hasta altas horas de la noche. Enumeraríamos juntas nuestras diferencias irreconciliables, nuestras infidelidades, nuestra pobre percepción de la realidad. Estoy segura que en ese momento comenzarías a cantar aquella canción triste pero con ritmo optimista sobre caminos que se bifurcan. Entonces yo, cansada de imitar tu voz para conversar conmigo misma, anularía mi memoria con un etilismo inconsecuente porque en el fondo siempre supe que acabaría así, fingiéndote, temiéndole a tu recuerdo
con miedo a que viniera nuevamente a tocar la ventanilla y me hiciera salir a atenderte a las tres y media de la mañana vestida de cajero amable. Que vieras mi rostro y me pidieras una coca light como si no me recordaras. Y encima de todo me dijeras que no te interesa redondear. A estas horas de la noche ya no hay promociones en botellas, ya no hay servicio, ya no hay nada.
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