El mono de la tinta // Sobre la soledad

 

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Columna por Juan Carlos Gallegos

Varios temas podrían inaugurar esta columna: la tuiteratura, es decir, la literatura en twitter, o el libro electrónico en contraste con el impreso, la muy estrecha relación que existe, aunque luego se ignore o se olvide de tan obvia, entre la lectura y la escritura, cómo empezar a escribir, los diferentes tipos de escritores que hay. Podría ser cualquiera de esos temas o muchos otros. Podría ser también un concepto de los tantos a los que remite el número uno (por ser ese el número de esta primer columna), como la soledad: buen tema para fin de año, quizá por ser y a pesar de ser un poco recurrente, al cual puede agregarse, a manera de despedida ya algo tardía, un comentario sobre la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

La soledad es indispensable para el escritor, para quien escribe aunque no haya publicado, para quien lee. La literatura en sus dos actividades más básicas necesita soledad, porque ambas, leer y escribir, si bien pueden llevarse a cabo mientras se está con otras personas, requieren de la participación única de quien las realiza. Es posible leer en público (como cuando es el Día Internacional del Libro y se leen fragmentos de una obra literaria en una plaza o en las inmediaciones de un recinto cultural, con micrófono en mano, ante muchos otros próximos lectores y transeúntes) o en un taller literario, por ejemplo, ante y para otras personas, pero no se comparan ambas experiencias a la de la lectura hecha para sí mismo, en silencio (o con música de fondo, claro) y en privado, porque es entonces cuando quien lo hace, lo hace a su ritmo y a su sabor, con rapidez o sin ella, mientras descubre significados que otras personas pasarían por alto. Está de más decir que este tipo de lectura es el que más se practica.

Escribir también se hace en soledad. Quien lo hace, así esté al lado de compañeros que escriben a la par (como en ciertos talleres de escritura), lo hace, por decirlo de algún modo, en privado, sin pedir a los otros ideas, comentar de qué se trata la historia que en ese momento crea, o anunciar cada cierto tiempo lo que acaba de ocurrírsele para poner sobre la página (o al menos esas acciones no se llevan a cabo la mayoría de las veces). Escribir no puede ser una experiencia comunitaria como lo es interpretar música o ir a un concierto, actuar o presenciar teatro, bailar o estar en una conferencia. Hay que escribir a solas porque quien lo hace, mientras lo hace, pone por escrito el texto que ya estaba o se genera en ese momento en su mente. Escribir es un acto solitario en muchos aspectos. Hay quienes comentan que lo es incluso en su mismo aprendizaje. De este modo, el profesor Rogelio Zavala del Departamento de Letras de la Universidad de Guadalajara comenta que nadie puede enseñar a escribir, o Israel Carranza, escritor tapatío, ensayista sobre todo, menciona que escribir se hace sin ninguna ayuda, o el afamado Stephen King dice en uno de sus libros sobre cómo escribir (On writing) que en literatura las mejores lecciones son las que se da uno mismo…

No todo es soledad para quien se relaciona con la literatura. Como ya se ha comentado líneas atrás, hay experiencias grupales literarias, tales como los talleres, las clases, las lecturas en público. Sin embargo, leer en soledad y para sí mismo (la que sin duda es la mejor forma de leer) y escribir no requieren de compañía. Y si bien la soledad viene bien a quien lee o escribe, es indispensable también lo contrario, el contacto con otros, cuando esas dos actividades ya han sido realizadas. Así, comentar textos leídos, tallerear y dar sugerencias sobre lo escrito, conocer otros puntos de vista sobre algún libro o la experiencia de escritura de alguien son acciones necesarias para profundizar más en materia literaria.

Es en este punto que se puede hacer un comentario con respecto a la FIL, y a propósito de la soledad y el contacto con otros. La Feria permite que haya encuentros. Gracias a esta circunstancia pude, en 2013, conocer a William Guillén Padilla, el autor peruano que ha escrito más microrrelatos (textos narrativos de una página o menos), y además de recibir de su parte varios libros suyos pude enviar algunos otros a Lima, a un amigo también peruano, Rony Vásquez. Ese mismo año hice algunas reseñas sobre ciertos libros, lo cual me permitió conocer o estrechar distancias con algunos autores tapatíos, como Cástulo Aceves, Carlos Bustos y Rogelio Vega. Pude además entregar un ejemplar de mi tesis a Alberto Chimal, cuyo libro Grey analicé en mi investigación. Claro, no se excluye la posibilidad de que podría haber conocido o contactado a todas esas personas en otras circunstancias, en diferentes lugares y por separado, pero el caso es que todo lo mencionado tuvo lugar en el mismo sitio y por los mismos días. La Feria permite que haya encuentros. Y así como tuve los míos, muchas personas más pudieron tener los suyos, con escritores, amigos, colegas, lectores, editores.

Diciembre es el mes más lejano a la próxima FIL, así que las últimas semanas del año son las que resultan más distantes de todas esas citas planeadas o espontáneas que se generan, en su mayoría, sólo en esos días de libros. Sin embargo, eso no significa que en todos los meses que faltan no haya interacción con otros, lo cual se traduciría en una especie de soledad literaria, porque los encuentros ocurren todo el tiempo, a veces de manera sorpresiva. Y también ocurren con cada libro abierto, al ser leído. Como diría Stephen King en su libro, la literatura es telepatía: hacer que una serie de pensamientos llegue de una mente, la del autor, a través del espacio y el tiempo, a otra mente, la del lector. En cierta forma, cuando se lee, no se está solo. Hay otra voz que resuena, la de alguien que no está presente. La literatura, en una de sus dos actividades más básicas, la lectura, realizada casi siempre a solas, niega la posibilidad de una soledad total.