El Mexicano // Miedo y asco en la Tierra Media

“El Mexicano”
Columna por Axel Amaya
15 de septiembre del 2014
Guadalajara, mx.

 

Martin Parr
                                                                                                                                    Fotografía por Martin Parr.

 

Roberto Blanco Moheno nos comenta al principio de su libro Antimitología Política de México que el primer mexicano quizás haya sido aquel hijo de una indígena caribeña y algún español náufrago de la tripulación de Colón y aunque esta afirmación no ha dejado de sonarme cuando menos romántica, sí expone aquel punto que nuestro pueblo parece querer olvidar; y es que somos tanto hijos de padres europeos como de nativos americanos; e incluso de musulmanes, africanos, orientales y cientos de otras “razas” que hace ya varios cientos de años llegaron para quedarse en estas tierras en las que, por azares del destino, a todos nosotros -mexicanos y habitantes varios de México- nos tocó vivir.

¿Qué es el mexicano? No estoy seguro de que alguien pueda concluir una respuesta certera. Quizás podemos divagar y aseverar que tal o cual cosa es propia de nuestra semblanza cultural e ideológica, tanto Octavio Paz como Blanco Moheno y  hasta Samuel  Ramos -entre tantos otros- lo han intentado en su momento. Sin embargo, apenas lograron esbozar un retrato del mexicano, uno solo cada uno de ellos, muy a pesar de las tan variadas y distintas clasificaciones que hicieron cual manual de biología, productos de su tiempo y de su perspectiva. No creo que hayan caído en algún tipo de error, por el contrario, se ha hablado bastante bien de este tema y existe una infinidad de estudios sociológicos, antropológicos y psicológicos muy convincentes y perspicaces que indagan sobre la verdadera concepción de un hijo de la patria mexicana. Y otra vez, sin embargo, lo que sí creo que es errado, lo que considero un gran agujero en todas estas elucubraciones brillantísimas es que jamás se ha dejado de etiquetar de una forma, cuando menos reduccionista, a un ser humano al quererlo posicionar en una nacionalidad, casi como si no compartiéramos la misma clase de herencia que un hondureño o un boliviano. Como si no compartiéramos el mismo genoma que un judío o un escandinavo.

Nos esforzamos tanto en clasificarnos dentro de distintos tipos de seres humanos que hemos comenzado a creer que las diferencias son tan abismales que no podemos compartir las mismas cosas como personas. La patria es uno de los inventos más nocivos de las sociedades, es un lastre que seguimos arrastrando conforme pasan los eones. ¿Qué no somos ciudadanos del mundo, como dijo Diógenes? Entonces por qué tenemos que someternos a valores tan excluyentes y mezquinos. ¿Que si estoy orgulloso de ser mexicano? Definitivamente no más de lo que lo estoy de ser humano, de ser un ser vivo. Estoy orgulloso de mi cultura, de MI cultura, no de la cultura con la que tantas personas ajenas me puedan identificar, de los valores que he aprendido gracias a miles de factores como la familia, las ciudades a las que pertenezco -porque no soy de ninguna en concreto-, las amistades que me he granjeado y de las tradiciones que he acumulado. Nací en un país de paradojas y una paradoja soy. Hay tradiciones consideradas “mexicanas” con las que me siento perfectamente identificado, y hay otras tantas que me son completamente ajenas.

¿Por qué he de abrazar algo sin sentido para mí, algo que no soy? Es algo como lo que pasa con la fotografía de Martin Parr, que parece reflejar aquellos elementos que están presentes en mi vida diaria y que a pesar de ello no representan la imagen floclórica que hemos generado como marca nación. No es ese cenote en Cozumel que no conozco, o esa gran selva en Chiapas que nunca he pisado. En mis viajes he visto cosas que son parte de mi cotidianidad y que se repiten a lo largo y ancho del país, cada una bañada de sus propios elementos regionales; la devoción a los santos; los colores chillantes en la comida; la coca-cola y los manteles de cerveza corona. Para mí toda esas cosas significan más como símbolos nacionales que el águila y la serpiente. Pero más allá de ser algo netamente nacional, creo que son producto de la simbiosis cultural que se vive en casi todas las regiones de latinoamérica. Mestizo soy. Si tuviera que caer en el juego de la clasificación diría que México más allá de ser borracho, “ingenioso”, gallardo, caliente, alegre, huevón, tranza…  México es más bien una tierra de mestizaje y de sincretismo cultural e ideológico. Una tierra donde el agua y el aceite por fin confluyen y se mezclan.