La cuota o Santa Tere // De memorias intravenosas

 

Hacia Santa Tere, en el cruce de Garibaldi y Andrés Terán, pero a veces en el de Juan Álvarez y Pedro Buzeta, se detienen por intermitencias tres taxis. Uno lo conduce Pedro, quien no come chile, se pone la gorra al revés y habla, pero no escucha; en el segundo está Marisol, quien ve muchas novelas, tiene una pistola y vive con un perro dálmata; y el tercero es de Teresa, a quien le molesta el fútbol, le cuesta pronunciar el inglés y se emborracha con una cerveza.

Son amigos ya, de casi treinta años. Teresa está enamorada de Pedro, quien a su vez está enamorado de Marisol, quien a su vez está enamorada de su mejor amiga Paula, quien no tendrá más menciones en esta historia.

El día es el treinta de noviembre de mil novecientos noventa y nueve, a tres años de haber iniciado la tradición de detenerse ahí, a medio platicar y medio enamorarse, y a nueve años de haber iniciado de taxistas.

Marisol está apachurrada porque ya lleva dos semanas que no llega ni a la cuota –chale, no hay jale–, y Pedro se ofrece a prestarle mil pesos, que a su vez le pide prestados a Teresa, que ahora se va a quedar sin llegar cinco días y sin cobrarle a Pedro toda la vida.

Marisol se va y gasta el dinero en cosas sin importancia, como casetes y revistas y más. Pedro se queda con Teresa, hablándole de fútbol y sin escuchar el gur bai, Piter, que le dice cuando se despiden.

Al día siguiente, el primero de diciembre de mil novecientos noventa y nueve, a Pedro lo encuentran muerto, sentado en el retrete de una hamburguesería americana, como de paro cardiaco. Marisol y Teresa se enteran a las once de la mañana, en el cruce de Álvarez y Buzeta y lloran durante unos quince minutos.

Teresa se va a casa triste, arrepentida de no haberle dicho a Pedro lo enamorada que estaba de él.

Marisol llega a su casa, sintiendo pena, dolor y duda por sus pensamientos incorrectos. ¿Cuánto tiempo se llora la muerte?, piensa para sí: de haber sabido, le pedía dos mil. Luego cae en llanto otros quince minutos y se echa a descansar al lado de su dálmata, quien antes de dormir, va y toma agua de un plato gris con madera, nuevo, flamante, con una etiqueta que cuelga:

 

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