Todo para el niño, pero sin el niño

Por Borja Criado

 

I

Con el cuento de un niño diferente que aprende a aceptarse a sí mismo, y que después de hacerlo encuentra a otros como él que también le aceptan después de aceptarse a sí mismos. Así abre el IBBY que se celebra este año en México.

 

II

El tigre sólo tiene dos vidas: una dentro de mí y otra en el tiempo y el espacio. La frase es de una traductora del Center for the art of Translation, en Estados Unidos. Tiene once años. Se equivocaba. El tigre vive ahora una tercera vida en sus palabras.

 

III

Entre el público, no se ven menores. Casi todo son mujeres de mediana o avanzada edad.

 

IV

Se nos acusa a menudo de románticos a aquellos que creemos en el poder de la lectura, le dice una profesora a una escritora de literatura infantil.

 

V

En Chiapas, los niños de las comunidades en las que consigue adentrarse el Taller de Leñateros de Javier Silverio fabrican su propio papel, manufacturan sus propios libros y los llenan de palabras y garabatos que representan las historias personales que conforman el universo de los mayas contemporáneos.

 

VI

El cuento del segundo día es el de una aldea que ha vivido un genocidio poblado por unos hombres y unas mujeres que no hablan de aquel horror con sus hijos. La mujer que cuenta el cuento, Yolanda Reyes, dice: “Aprendí a perderle el miedo al dolor de un niño”.

 

VII

“De noche en la calle narra en imágenes la vida de un niño que vive y duerme en la calle con todos sus riesgos. Una realidad habitual en muchos países de América Latina. La ilustradora Ángela Lago nos muestra con rotundidad la realidad de muchos niños que viven solos los peligros de la ciudad y de la noche. No necesita palabras porque es un libro perfectamente secuenciado que cuenta a través de las figuras y los colores.” Sinopsis del libro publicado por la editorial Ekaré.

 

VIII

Otros cuentos: un alfabetizador brasileño llamado Mauricio Leite que viaja con una maleta de libros a las escuelas más recónditas de Brasil y Angola, a escuelas sin luz ni agua; uno de ciencia-ficción más cercana a Verne que a Dick donde los promotores de lectura de la SEP clonan y modifican genéticamente frases de Paquita la del Barrio. Este cuento es una distopía escrita por Juan Domingo Argüelles, y acaba con la voz de Paquita repitiéndose en las cabezas de todos los adolescentes del país: “¡Me estás leyendo, inútil!”.

 

Lectores pasivos

¿Cuentos para niños? No. Cuentos para hacedores y seleccionadores de cuentos que leerán los niños: escritores, editores, profesores y padres. Hacer literatura es, en el primer cuento de todos, educar. Describe una utopía en la que los incomprendidos aprenden a aceptarse para después hallar su lugar en el mundo. Un mundo utópico es por definición imposible. La literatura infantil consiste entonces en narrarles a sus jóvenes oyentes historias que nunca ocurrirán.

Los dilemas que debate el IBBY 2014 implícita y explícitamente empiezan en la función literaria y, por consiguiente, en la definición de literatura. ¿Qué se le puede contar a un lector infante y qué no? ¿Quién lo decide? La respuesta: el escritor escribe (debería) sin pensar en nada más allá de la historia, al editor no le queda más remedio que tener en cuenta las preferencias de un público ya formado (el que le da de comer) y, en todo caso, apostar por encauzarlo poco a poco con las propuestas más arriesgadas del catálogo, los padres y profesores juzgan, y el niño acata.

El tercer cuento es el que plantea la verdadera pregunta, que no es ninguna de las anteriores. ¿Tienen los niños y los adolescentes la capacidad intelectual necesaria para entender y juzgar el mundo como nosotros (creemos que tiene que hacerse)?

Se me ocurre faltar a la educación y contestar con más preguntas: ¿qué pasaría si Bret Easton Ellis diese una conferencia sobre cómo debería ser la literatura juvenil (la gran olvidada de este congreso, por cierto)? ¿Se deben leer Menos que cero, El guardián entre el centeno, El afinador de habitaciones en los cursos de literatura de secundaria y preparatoria? ¿Aceptarían en una de las mesas del IBBY 2015 la presencia de Sasha Grey? Hay una respuesta más cercana y práctica a todo esto entre las páginas del libro de Ángela Lago De noche en la calle. Su cuento es controvertido por dos motivos: lo que cuenta y el hecho de que, a diferencia del primer cuento, sólo cuenta.

 

Moraleja

La literatura llamada de adultos, si es que tiene sentido, acaso, como dijo María Emilia López en las mesas del segundo día, una clasificación biológica de los lectores, debe o debería plantear reflexiones y juicios a través de lo que quiera que cuente, pero esas reflexiones y esos juicios deberían ser del lector, no del autor. ¿Por qué no puede funcionar también así la literatura para no-adultos? La eduación debería consistir en mostrar para hacer entender, no en una imposición de la realidad. ¿A qué niño (y adulto) le gusta que le digan lo que tiene que hacer sin un porqué?

Niña y tigre del segundo cuento surgen de Poetry Inside Out, el proyecto educativo que gestiona John Oliver Simon en Estados Unidos. La barba blanca y el chaleco recuerdan más a un explorador que a un docente de literatura de sexto grado, uno que acaba de dar una charla en una de las mesas de discusión. La traducción, dice, es la mejor forma de inmersión en una lengua. Para Simon “la literatura no tiene por qué ser pedagógica”.

Podríamos dejarlo en que la literatura es un mecanismo para contar historias ficcionadas, léase verosímiles, que no falsas. Lo verosímil es, dice el DRAE, “creíble por no ofrecer carácter alguno de falsedad”. Lo que nos cuentan las letras son hechos que podrían o no ocurrir, aunque poco importa. Interesan las historias en sí y el porqué de cada una de ellas. Dice también Simon que “leer es una puerta al conocimiento”. Una herramienta. Lo que hagamos con ese conocimiento depende de nosotros. A los niños de Chiapas les sirve para explicarse el mundo a sí mismos y explicárselo a los demás. A los de la aldea que sufrió aquel genocidio, para nombrar el horror, y por consiguiente delimitarlo y tratar de entenderlo. El silencio impuesto por sus adultos no sirvió para deshacer el dolor de sus hijos. Sólo la reconstrucción de los hechos a través de sus propias palabras sirvió de bálsamo. Contar es definir la realidad.

 

Contra ese oxidado romanticismo

¿Para qué sirve leer, entonces? Si escribir o contar es dar forma al mundo, leerlo es entenderlo. Ahora va una de las preguntas polémicas: ¿es la única o la mejor forma de hacerlo? En absoluto. Es sólo un formato, y no es mejor que el cine o los videojuegos. Hay muchísima más inteligencia en los productos de Lucas Arts que en la parrilla de Televisa. Lo que ocurre es que pocos padres contemporáneos entienden lo que es un videojuego, y esto no es una crítica, sino un hecho.

Los videojuegos son sólo una de las múltiples alternativas y competidores de los libros. Dar por sentado que la lectura es beneficiosa de antemano es una ingenuidad. Estamos de acuerdo en que saber leer es necesario para sobrevivir en esta sociedad, en el sentido más práctico y menos moral de todos. La biblioteca portátil de Mauricio Leite no educa, alfabetiza.

Pero eso no significa que leer nos haga forzosamente libres. La sobredosis de lecturas idealistas llevó a Alonso Quijano a convertirse en Don Quijote, quien, irónicamente, se ha convertido en presencia obligada en todo canon que quiera ajustarse a la convención.

¿Cómo convencer entonces a un chaval de catorce años de que deje de jugar a The Curse of Monkey Island y se ponga a leer a Cervantes? Imponer la lectura es, ya lo sabemos todos, la mejor forma de hacer daño a la literatura. La romántica defensa de su fomento no es más que una respuesta tan visceral como la de despreciar un libro porque te lo hayan mandado leer en la escuela. Si queremos convencer a la gente para que lea, primero tenemos que preguntarnos para qué sirve y por qué hay que hacerlo. La estrategia que propusieron y siguen algunos pensadores en la línea de Juan Domingo Argüelles pasa por, en sus propias palabras, “seducir al futuro lector”.

Quizá ya vaya siendo hora de cambiar esas incuestionables historias de la literatura de los programas de la SEP por talleres donde los alumnos reflexionen sobre el sentido y la utilidad de la lectura, y donde los profesores acepten un “no me gusta” y un “a mí no me sirve para nada” por respuesta.

 

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Sobre el autor

Borja Criado nació entre un desierto y un mar del sur de Europa hace treinta años y empeñó buena parte de su tiempo en leer. En un acto suicida, se licenció en Teoría literaria y se dedicó al periodismo cultural. Estos días sobrevive dando clases de literatura y escribiendo para un par de revistas mexicanas.