Situaciones // Pregúntale al Polvo

 

 

J y yo caminamos bajo el puente que cruza Main Street. El invierno plagó la ciudad de un color enfermizo, y el vaho de nuestros rezos parece congelarse. En el imaginario puedo contemplar a la multitud ausente, y rememorar a la ciudad deshabitada antes de tomar tierra. Las sombras proyectadas son mis edificios.

La naturaleza de cualquier ciudad es el instinto de una masa que opta por habitar territorios inhóspitos, dibujar circunstancias y reafirmar su abandono. Pero la masa ya no habita esta ciudad. Estamos enrollados en gabardinas oscuras. J y yo fumamos un poco del tabaco que nos quedó de la noche anterior y nos encaminamos hacia el poniente sin un propósito mas que el de caminar lo alguna vez ya caminado.

Main street luce diferente, luce vacía. Una silueta camina a lo lejos, como acompañándonos, pero no le doy importancia. Siento una presión en el pecho. Desde hace varios meses el abandono es la decoración de los ríos de asfalto. Lo efímero dejó de existir; la ciudad se ahoga por el propio peso de su silencio. Admiro nuestros pasos taciturnos. En el cruce de Main street y Madison detenemos el paso. Caminamos sobre Madison. Caminamos lento.

Lo que ocurre en mi cabeza simula al tráfico de la ciudad que hoy no está. La última vez que salimos a caminar J y yo fue, precisamente, el invierno anterior. Aquel invierno era más frío. Hace más de un año que estamos ausentes el uno del otro. Todo lo que fuimos fue jugar a no ser. Seguimos andando hacia el poniente.

Siento un frío paralizante, pero algo me resulta familiar. Una ciudad vacía es catártica. Nuestros recursos se agotan. J no para de tomar fotografías y de recitar en voz baja teorías sobre composición fotográfica: “Todo equilibrio lleva consigo la posibilidad de la textura, y toda textura es perfecta”. En cambio mis dudas sobre entender a una ciudad que ha caído en el presente me mantienen flotando en una nata de nada. Estoy acompañado, pero solo. J no para de tomar fotografías. La silueta nos grita, a lo lejos. Seguimos caminando.

El andar cabizbajo de J es pesado y tierno. El poniente es nuestro propósito. Se reconoce el murmullo del transeúnte, del que ya no está. Laberinto de mil posibilidades, caminatas nostálgicas, abrazos de viernes por la noche. A las seis menos cuarto se parte el cielo, lo miro e inhalo. Me viene a la mente la imagen de mi madre, me sonríe. J cruza al otro lado de la calle, donde pega el sol, es que hace frío. Me cruzo y camino a lado de él. Fumamos del tabaco que quedó de la noche anterior.

Detenemos el paso debajo de Madison State. Debajo de 40 pisos. El edificio está plagado de espejos. J apunta su cámara hacia lo alto. Toma la foto. Suspira. A lo lejos, al final de la calle, la silueta vuelve a gritar. Me paralizo. La silueta camina hacia nosotros con paso firme e impreciso a la vez. La silueta desdentada ríe, brinca de una acera a otra. La silueta imbécil languidece. Un frío macabro corre mi piel, comienzo a sudar. J balbucea. La silueta es bi-dimensional, torpe, pálida, enfermiza. En nuestra semblanza se dibuja una duda, pero algo me resulta familiar. J apunta con la cámara directo a la silueta…

 La ciudad ha quedado vacía, otra vez.

 

 

'Silueta'