La ciudad de la eterna pausa

Por Beatricia Braque

 

– Eh! qu’aimes-tu donc, extraordinaire étranger?
– J’aime les nuages… les nuages qui passent… là-bas… là-bas… les merveilleux nuages!

-Baudelaire, L’étranger

 

Abrí las manos para tocar la soledad, cerré los ojos para despedirme de los transeúntes. Alguna vez me contaron sobre esta ciudad. La ciudad de la eterna pausa, donde la luz nunca cambió a verde. Los conductores se detuvieron y los imitó el tiempo. Las aves serán por siempre broches del cielo. La lluvia está suspendida y vacilante, nunca ha terminado de caer. Las nubes no me ayudaban a no querer morir*.

Hay un hombre que mira eternamente al cielo imposible de tan azul.

¿Quién detuvo el tiempo? No puede solo tratarse de aquella luz que no cambió de rojo a verde. Quizá estemos mirando el recuerdo suspendido en la memoria de alguien. De alguno de los peatones que se detuvo a contemplar la quietud inexistente.

Este es el último recuerdo del peatón descuidado, llamémosle Esteban (porque antes de matarlo es menester darle un nombre).

Esteban, quien tenía el poder de detener el tiempo con su muerte, salió de su casa, caminó con las manos en los bolsillos para pensar. “Los bolsillos para pensar”, una de sus tantas invenciones. Necesitaba caminar con prisa y con las manos en los bolsillos para sopesar las ideas. Un bolsillo lo llenaba de pros y el otro de contras. De tal manera que si de pronto Esteban se descubría caminando hacia el este, sabía que su decisión tendría que ser afirmativa, y viceversa. Era entonces que Esteban vaciaba de su otro bolsillo todos los contras, y los dejaba ahí tirados sobre el asfalto.
Este día en particular, Esteban caminó en línea recta, pues no encontraba ninguna razón de peso para doblar en cualquier esquina. Quizá de haberse sentido inclinado hacia un lado o hacia el otro no hubiera caminado esta recta final.
Qué importa ya el hubiera cuando veo a Esteban recostado en el suelo, haciendo un esfuerzo para abrir por última vez los ojos. Lo veo extender su mano para alcanzar una de las nubes que se deshace con su tacto.

Abrí las manos para tocar la soledad.

*Referencia a Alejandra Pizarnik

la ciudad de la eterna pausa